martes, 30 de junio de 2015

ARACNOFOBIA


Ana Mercedes siempre le había tenido miedo a las arañas. Era ver un arácnido del tipo que fuera y un temor irracional se apoderaba de ella y no la dejaba ni moverse. El bloqueo mental y la paralización física eran instantáneas en el momento en que viera una araña relativamente cerca de ella. Un día divagando sobre ese asunto, pensó que quizás el sentimiento era mutuo y posiblemente las arañas también se quedaban aterradas y huían despavoridas cuando aparecía con el spray insecticida. A ella la mera presencia de aquellas criaturas de ocho patas le provocaba pánico y a ellas la presencia de Ana Mercedes les hacía temer por su vida. Ella se asustaba de ellas; ellas se asustaban de ella. Era algo recíproco y pensándolo fríamente podrían firmar un pacto bilateral de no agresión y respeto, de modo que la vida fuera latente a ritmo normal para las dos partes y ninguna se atemorizase de la otra. Desde aquel día comenzó a no tener miedo de las arañas y a observarlas en sus curiosas y manidas telas en el bosque. Se dio cuenta que cuando se acercaba confiada a mirarlas en su entorno y su aliento no desprendía miedo ni peligro a otros seres coetáneos de vida, las arañas continuaban su trajín sin huir de su presencia. Ana Mercedes comprendió que en la vida el respeto ha de darse entre todos los seres que comparten este mundo con nosotros y no sólo entre personas. Aun para la hormiga la vida es dulce.



lunes, 22 de junio de 2015

Y SEGUIR SIEMPRE HAY QUE SEGUIR

Hoy veía a mis hijos jugar alegremente en el bosque y me han invadido los recuerdos... Después de enjugarme las lágrimas de las mejillas por enésima vez en aquel nefasto día, recordé la inocencia de los primeros llantos de la vida. Y seguir siempre hay que seguir. El bebé llora amargamente porque no puede expresar el dolor del primer diente que rompiéndole la encía hará acto de presencia en su vida, hasta que permutando la leche por el hueso sea definitivo a cambio de alguna dádiva a cargo del Ratoncito Pérez. Y seguir siempre hay que seguir. El niño llora amargamente por su primer suspenso en matemáticas hasta que con el paso de los años aprueba con nota el arte de vivir y sonreír y, entonces, supera los exámenes que la vida le pone a su edad sin saber que jamás dejará de examinarse por el destino. Y recuerda que le contaron que de bebé lloraba simplemente porque le estaba saliendo un diente. Y seguir siempre hay que seguir. El adolescente llora amargamente su primera ruptura sentimental cuando la novia con la que ha estado solo unos meses de relación (que para él son un tiempo enorme) lo deja alegando haberse enamorado de otro guaperas de gimnasio y, aquel, sabe que no merece pasar ese mal trago que el destino le ha regalado sin él merecerlo. Y recuerda cuando de niño lloraba simplemente por un suspenso en matemáticas. Y seguir siempre hay que seguir. El adulto llora amargamente cuando en la revisión ginecológica de su mujer le dan la noticia de que el hijo que esperaban juntos jamás llegará a este mundo porque no viene bien formado para afrontar la vida real que le tocaría vivir. Y recuerda cuando de adolescente lloraba simplemente por finalizar una relación de escasos meses. Y seguir siempre hay que seguir...


martes, 16 de junio de 2015

LA VENTANA

Manuel llevaba meses postrado en la cama de aquella habitación del hospital. Su vista no alcanzaba la ventana y no lograba ver qué había en el exterior. Siempre le preguntaba a las visitas qué se veía desde aquella ventana. La verdad es que frente a los cristales había un muro de cerramiento interior que no dejaba ni siquiera ver el azul del cielo, pero conscientes de que él anhelaba ver la vida real y los colores de la existencia le daban mil y una explicaciones de lo que se veía a través de la ventana. Sonreía y los escuchaba extasiado. Y luego intentaba dibujar en su bloc lo que le habían dicho que se veía. Hubo un día que le pusieron un compañero en la otra cama de la habitación, la que daba a la ventana y rápidamente le preguntó que se veía a través de ella. Luego lo plasmaría en un dibujo. El compañero le dijo que había un árbol extraño pero precioso. Tenía brotes en forma de corazón y se elevaba hacia la esperanza de un cielo sin límite. Parecía que nunca dejaba de florecer y siempre estaba engalanado con el frescor de la primavera. El color del horizonte daba refulgencias tornasoladas jugando con tonos rojizos y morados. Y el conjunto era ideal para fotografiarlo. Manuel se esmeró en plasmar todo lo que su compañero le había dicho que se veía desde la ventana y logro una imagen bellísima que no se cansaba de contemplar día tras día. Pocos días después, lamentablemente el paciente de la cama de la ventana fallecía. Fue entonces cuando Manuel se enteró que aquel hombre era ciego. Supo que lo que le había dicho que se veía por la ventana era una invención suya para alegrarlo. Y lloró. Lloró contemplando su dibujo y recordando como su compañero de habitación se lo describía mirando hacia el exterior con unos ojos que ni siquiera veían la luz del día. Manuel entendió que jamás le contarían visión más bella que aquella. Lo que el alma veía tras la ventana...


viernes, 12 de junio de 2015

EL MUNDO EN UNA COPA DE VINO

A veces es curioso lo que puede transmitir una imagen dependiendo de quien la capte y de quien la vea. Podríamos decir que una simple copa de vino no tiene más mensaje que lo que es. Un objeto creado por y para un fin. Sin embargo unas pinceladas de pequeños detalles pueden convertirla en algo mucho más completo. En esta ocasión transmite libertad, ¿no lo crees? Contémplala. Contémplala tranquilamente. Y ahora lee y saborea cada vocablo que define esa copa. Vamos a describir una mera copa de vino ilustrada de una manera especial, verás como es mucho más... Apoyada en la tierra fértil de la madre naturaleza y erguida firmemente sobre un robusto tronco que emana vida vegetal, sustenta su concavidad rellena de un océano donde un barco humano navega mansamente hacia un horizonte que cuando tú avanzas un paso él se separa dos. Las aguas se van oscureciendo desde el barco hasta donde reposan los posos del vino. O quizás se van aclarando desde el fondo de la copa hacia el olfato del enólogo conforme la luz de un sol no ilustrado va penetrando en ellas cambiando su tonalidad. A su vez, el barco navega hacia un rumbo infinito que no tiene traba alguna ni fin, exponente de las alas de la libertad que no conocen límite en un cielo que tampoco está presente en la imagen pero se desprende su existencia. Y los brotes siempre verdes del tronco nos evocan la perennidad de la vida. Relee y contempla de nuevo: el mundo en una copa de vino.

martes, 9 de junio de 2015

EL TARRO DE LAS ESENCIAS

Pepe soñaba desde pequeño con ser un gran cocinero. Le apasionaba el mundo de los fogones y los chefs. Imaginaba que algún día crearía grandes guisos y bellos emplatados y pondría su propio restaurante. "El Tarro de las Esencias" se llamaría. La verdad es que siempre tuvo buen gusto y sabía combinar los alimentos a la perfección. Conforme iba creciendo continuaba aprendiendo e iba innovando con las especias y aromas. Cuando cocinaba Pepe todo el portal se enteraba porque sus guisos embriagan de apetitoso los patios de la comunidad. Se formó finalmente como cocinero y con su primer sueldo compró un gran tarro de esencias que colocó estratégicamente en la alacena. Ese tarro fue el que le daba nombre a su restaurante tal cual tenía pensado desde niño. Siempre que guisaba cogía un pellizco de la esencia secreta que guardaba en él y se la echaba al puchero. Y sonreía. Era feliz con su cocina. Nadie sabía su secreto y los platos salían sabrosísimos. Todos los pinches y ayudantes de cocina tenían prohibido abrir aquel tarro y descubrir el secreto. Era algo único y exclusivo del chef. Y el restaurante funcionaba a la perfección. El día que Pepe se jubiló les dijo que les dejaba su tarro lleno de la esencia del secreto. Que lo utilizasen si querían. Pero la verdad es que los menús dejaron de saber igual. Todos pensaron que era porque el nuevo chef se había negado a usar la esencia mágica, aquella especia secreta que utilizaba Pepe. Decidieron entre todos abrir el tarro de las esencias y descubrieron que estaba vacío. ¡¡Siempre había estado vacío!! Pepe los tuvo engañados a todos. No había esencia mágica ni especia secreta. Sólo había una nota de papel: "El condimento para todos los platos es que nos hagan felices". Y esa era la esencia de Pepe. Él era feliz con su trabajo y en el resultado eso se notaba. Ponía un pellizquito de felicidad en lo que hacía. Ese era el secreto. 


viernes, 5 de junio de 2015

MEDIA NARANJA

Tenía nombre de Diosa egipcia y vivía en un pequeño pueblecito donde la contaminación urbanita no había hecho (Deo gratias) acto de presencia ni en lo terrenal ni en lo personal. Bien sabía que el hábito no hace al monje, por lo que era feliz con los pequeños detalles de la vida vinieran de un encorbatado ejecutivo o de un doméstico labriego. El ser va más allá de lo que uno ve. De hecho, Isis, así lo aprendió en alguno de los caminos que recorrió en su vida y no dudaba en sonreír al escuchar el alegre ladrido de un perro juguetón o al observar alguna pequeña artesanía elaborada con materiales al alcance de la mano de cualquiera. El ambiente en ella era puro y propicio para la huerta del alma. Quizás su pensamiento, un tanto etéreo, estuviera anclado en alguna mala experiencia, en alguna semilla de limonero que no llegó a germinar como debiera y pensase que nunca florecería su corazón. O quizás el miedo apresase sus alas y no volase tan alto como mereciera, no como pudiera que, sin duda, lo haría si quisiera. Y querer, quería. Isis sabía que la vida es caminar y caminando uno cultiva su interior. Estaba convencida de ello. Abonaría sin saberlo su tierra del amor. Y cuando menos lo esperase se mostraría al mundo con todo su potencial de corazón grande y alma noble. Tal vez ya venía haciéndolo pero no se lo creía ella misma. Daría el paso definitivo y le llegaría el impulso personal, laboral y social que la encumbraría haciendo gala de la grandeza del apellido que portaba. En todo caso su media naranja estaba en el mundo y antes o después llegaría. La historia no habló solo de Isis. También de Osiris. ¿O no?


martes, 2 de junio de 2015

ELLA

Cuando viajaba por la vida era feliz. Carlos siempre intentaba mantenerse sonriendo atravesara el bache que atravesara. Ya fuera en coche, en tren, en barco o en avión siempre intentaba ir sonriente hasta el destino. Un día se paró a pensar en ello. Era curioso que fuese cual fuese el destino y estuviese atravesando el terreno que fuese, finalmente lograba sonreír de nuevo y cumplir el viaje. Había superado ya algunas lluvias en el coche, incluso noches de tremendas tormentas. Otras veces el viaje en tren había pasado por feos y áridos valles donde no crecía vegetación alguna y sumido en la tristeza de ese ferrocarril logró esbozar una sonrisa. Los trayectos en barco no se quedaban atrás: zarandeos, vértigos, mareos y náuseas se habían adueñado de él hasta que la sonrisa le volvía a brotar y atracaba felizmente en el puerto. ¿Y qué decir de los largos viajes en avión en los que el capricho del destino lo ponía a prueba física y psíquicamente? Finalmente se bajaba sonriente en el aeropuerto del fin del viaje. Y pensando en todo ello, Carlos se dio cuenta de cual era el principal motivo de su sonrisa y de cómo la lograba. No se debía a su creencia cierta en su amuleto de viaje. Tampoco era por su vieja maleta de la suerte que lo acompañaba donde fuera. Ni siquiera por el colgante que llevaba prendido desde que nació. No. Todos sus últimos viajes en el medio de transporte que fueran tenían un nexo común que le irradiaba fuerza, ánimo, sosiego, calma, compañía, tranquilidad, esperanza, ilusión y felicidad cuando más lo necesitaba. Cuatro letras que lo eran todo y eran la causa de su sonrisa: Ella.