martes, 24 de enero de 2017

UN TRIUNFO EFÍMERO

Hoy fluye en mi cabeza la extraña sensación del triunfo mirado desde la meta del objetivo cumplido y, a la vez, el impulso y las ganas de emprender una nueva hazaña. Curioso, ¿verdad? Querido amigo, ponte las gafas de la filosofía para leer estas líneas. ¿Cuánto dura el sabor del triunfo durante la vida? ¿Quizás sea eterno y nos acomode a no luchar por nuevos triunfos o quizás sea tan liviano que nada más conseguirlo ya queramos luchar por él de nuevo? Decía Antonio Machado en unos de sus versos a los que Joan Manuel Serrat puso música que el camino son tus huellas y nada más. Caminante no hay camino, se hace camino al andar, al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca jamás se ha de pisar. En la vida ocurre igual. El camino se hace día a día con la mente puesta en un objetivo a cumplir y, cuando se cumple, ya no se ha de volver a cumplir ese mismo objetivo, se debe ser consciente de que se ha conseguido y, disfrutando de haberlo logrado, empezar a perseguir otro. Esa es la preciosa aventura de escalar la montaña de la vida. Y ese día a día nos regala dos presentes muy preciados: los recuerdos de lo vivido y la esperanza de lo que estamos por vivir. El triunfo no es el triunfo en sí sino superar el camino hacia él. El camino es intenso y diario, el triunfo es efímero y pasajero. Cumple tus objetivos y márcate otros.