jueves, 5 de noviembre de 2020

FERIA DE CÓRDOBA

La pandemia había arrasado con los cimientos de su vida. Había perdido a su madre por el maldito coronavirus, su empresa había quebrado despidiéndolo de su trabajo y vivía sólo desde hacía tiempo. El banco no perdonaba los recibos cada día primero de mes. Se anticipaban unas Navidades muy duras. En la mesa sólo habría dos platos, uno de ellos vacío. Las uvas de Nochevieja bastarían con medio racimo. Quizás ni cocinase. Cualquier cadena de comida rápida podría cumplir perfectamente el encargo de llenar su estómago vacío y en Mercadona con un billete de cinco euros, vueltas incluidas, podría adquirir una botella de sidra marca blanca y una tableta de turrón. ¿Para qué más? No tenía ganas de nada y si lo hacía sería por brindar por el pasado pues el futuro no tenía visos de mejora.
Sentado en el sofá miró la foto que tenía con su mujer del día que se conocieron. Fue en la Feria de Córdoba. Tenía veintipico años y la vida le sonreía. No como ahora. ¿Por qué tanto castigo? Él siempre hubo sido una persona buena, noble y honrada. Ella falleció hacía unos años de una mala enfermedad.  Le rodaron dos lágrimas por las mejillas. Ya había dado todo y estaba agotado. Le bullía la cabeza. Notó un calambrazo en el pecho y su espíritu se marchitó de golpe. Se llevó una mano al corazón dolorido  roto y se fue quedando dormido en el sofá para no despertar jamás. Se marchó, sin pena ni gloria, de esta vida miserable.