miércoles, 23 de septiembre de 2020

RETRATO

Hoy me miraba el alma frente al espejo. Siempre se ha dicho que la cara es el espejo del alma y por eso hoy lo he hecho al revés. Me he mirado el alma y de acuerdo a lo que he visto he sabido cómo tenía la cara. El reflejo me ha devuelto en su visión unos ojos entornados batiéndose en lucha entre la sonrisa y la preocupación. La nariz, afilada, estrecha, sin rasgos judaicos pese a ello, abría sus orificios  al máximo desprendiendo una respiración amplia, pausada, armónica, acompasada al pensamiento que ocupa en esos momentos la cabeza. La boca cerrada como cuando se cavila pues mantenerla abierta implica estar en Babia. La mirada entornada, con los ojos cerrados y los párpados a punto de despegarse para ver el mundo real y dejar de ver el mundo interior que, en ocasiones, es mucho más real que el exterior. Y así era. El reflejo no miente y ha mostrado lo que ve. Además todo encaja y los sentimientos se reflejan en el rostro perfectamente integrados, careciendo de sentido que aflore una sonrisa entre lágrimas de llanto o se dibuje una nariz henchida en un momento de agitación.
Todos tendemos a sentenciar el interior de una persona viendo su cara en un determinado momento y somos conscientes que en realidad no sabemos lo que a su alma acaece ciertamente. Lo que no todos hacemos es mirar nuestra alma al espejo y así saber la cara que mostramos. Entenderíamos mucho más porque nos tratan de una manera o de otra.