martes, 21 de febrero de 2017

MI NIÑA CLAUDIA

Carlos siempre supo cuando conoció a Gemma que era ella la cara de su moneda, su media naranja y su compañera de camino por la vida. Hará no más de una década y si tuviera que elegirla de nuevo lo haría con los ojos cerrados. Él era un joven abogado y ella una joven mercera que se convirtió en el punto de su i, la cordura en su locura, el estribo en su carrera, la calma en su desasosiego y su fuente de esperanza. Y ya no es lo que fuera, sino lo que es y lo que será, además de mujer, amiga y esposa. Juntos comenzaron una vida en común y pasito a paso la andanza de formar una familia. Soñaron con Gonzalo, con Claudia, con Paula y con Jorge. Con un niño costalero y una niña costurera. Como sus papás. Algunos no llegaron porque no sería su hora y porque no tenían que llegar, pero Carlos y Gemma siguieron soñando juntos y recorriendo senderos de constancia. Ya llegarán decía la que vive en San Gil. Siempre en la lucha, siempre en la brecha y siempre remando a un mismo son. Confiaron en que así había de ser y llegó. Muchas lágrimas por las duras cuestas y nuevas ilusiones a zancadas por las rampas de bajada. Carlos siempre dice que al fin y al cabo la vida es caminar. Y Gemma camina con él. Y muy firmemente. Quizás sea mejor peregrina... Ambos son bastón del otro. La promesa fue que si era niña llevaría el nombre de su abuela y los astros así lo quisieron. Un 30 de Mayo dos rayas negras arrojaron un positivo en el test. Desde ese día supieron que se fraguaba la historia de la prometida, de la deseada, de la esperada, de mi niña Claudia. ¡Enhorabuena!


martes, 7 de febrero de 2017

CREO QUE ESO ES EL AMOR

Estaba en el Hospital andando por los pasillos aguardando impaciente la amarga noticia de que el reloj de la vida de mi abuela daba las últimas vueltas en su minutero. Me fijé en otra señora muy mayor y repleta de arrugas de la vida, de guiños de satisfacción y de llantos de desengaños. Sonreía feliz. Llevaba oyéndola días decir que ella ya tenía toda la vida hecha y quería marchar pese a que los médicos le decían que todavía quedaba tiempo. Ella se enfurruñaba y decía que Juan la esperaba y se ponía triste. Pero ese día no. Ese día le dieron la dolorosa noticia de que su partida estaba muy cercana y ella sonreía. La noticia la hizo feliz. Se marchaba con él. "No lloréis por mí -les dijo a sus familiares más cercanos y amigos-, algún día estaremos juntos de nuevo y las lágrimas serán sonrisas como nos pasará hoy al abuelo Juan y a mí. Siempre nos quisimos mucho. Cuando se iban apagando sus ojos para no volver a brillar me dijo que me esperaría de nuevo como siempre habíamos hecho el uno con el otro".Y, así, hablando a sus hijos y nietos, María enmudeció su voz para siempre y marchó. Su rostro ajado por la vida quedó sonriente. La verdad es que Juan y María siempre sonreían al hablar el uno del otro. Incluso en los momentos más duros. Y justo eso, creo que eso es el amor.