martes, 14 de junio de 2022

PAISAJE

Hoy pensaba que la vida es como un paisaje. En ocasiones es bonito de ver, otras veces resulta feo y otras monótono, pero siempre cambia. ¿Que se repite el paisaje? No lo creo. Puede ser muy parecido pero nunca igual. Cada imagen es diferente por mucho que se asemeje a otra. Cada visión sería un día de nuestra vida. Cuando hay días muy similares estaríamos contemplando un paisaje monótono y parejo. ¿Una racha aburrida, quizás? Y cuando estamos de excursión en la naturaleza u observamos desde la ventanilla del coche y vemos bosques, montañas, ríos, animales, nos parece un paisaje fascinante. ¿Podrían ser los días alegres, de vacaciones o que estamos felices simplemente porque sí? También vemos parajes desolados por catástrofes naturales, tierras yermas, restos de incendios o lugares arrasados por el hormigón invasor y nos sentimos vacíos, tristes, apagados. ¿No es casi la misma sensación que los días malos que pasamos? Y, es más, los paisajes como la vida, podemos elegir en parte qué ver o qué vivir, pero siempre guardan una sorpresa que no podemos prever, cambiar ni alterar. De eso se trata el vivir y el mirar por la ventana. Sin ir más lejos, hoy, un día que cumple el perfil total de la normalidad, el paisaje me ofrece montañas nevadas, peces de colores, el humo de una chimenea, gente caminando por el monte, vegetales de todo tipo, algunos comestibles, otros decorativos y otros con molestas espinas y animales más y menos dóciles y más y menos peligrosos. ¿No sería todo ello como la lejanía de los recuerdos, las ganas de diversión, el calor del hogar, una cerveza en una barra, una astilla clavada, una regañina de una amiga, un piropo bien echado o una discusión por teléfono? Una preciosa mezcolanza de sentimientos y de visiones. Sí, definitivamente lo creo: el discurrir de la vida es como un paisaje cambiante y nunca visto.


martes, 29 de marzo de 2022

MATRIUSKA

No sé si empezar por el principio o por el final. Cual muñeca rusa era esa mujer. Guardaba su esencia en la más pequeña y mostraba su visión en la más grande. Pero era única. Entre una y otra muñeca podían divisarse otras tantas que juntas conformaban una indisoluble unidad y persona. Durga invitaba a la aventura en su conocimiento y podía expresar una forma u otra dependiendo del estado del ánimo, del día o de la influencia de los astros. Creo que con la luna tenía un imán especial igual que ésta con las mareas, aunque no descarto que tuviese parte de los cuatro elementos vitales pues en Durga podía entreverse tierra, aire, fuego y agua. Eso atraía de ella y, a la vez, la convertía en imprevisible. ¿Qué muñeca será hoy? Era pícara, amable, perversa, bondadosa, seria, risueña, cariñosa, arisca, remolona e inquieta, todo a la vez, con un espíritu felino indómito que sólo ella dominaba y que llamaba a la caricia y te hacía estar en alerta a la vez. Lo he dicho antes: era única. Bajo mi prisma, no es que tuviera varias personalidades, es que tenía una tan variada y marcada que aunque siempre se la viera con el mismo rostro, igual que a una matriuska, podía empequeñecerse o agigantarse sin dejar de ser ella misma. Y eso es mágico y conlleva siempre la sorpresa. ¿He mencionado que también era divertida, adorable, juguetona, inteligente y abrazable? Pues también. Durga tenía dentro de sí muñecas para cada ocasión, sólo había que dejarla que fuera ella quien las mostrase, cuando quisiera, donde quisiera y a quien quisiera.


 

jueves, 10 de marzo de 2022

EL OJO FRANCÉS

Parece que hay algo que todo lo ve. Sí, en Francia también. Curioso que todas la creencias, religiones y filosofías mencionan de una u otra forma un ser transcendental que, os juzgue o no, contempla nuestras acciones. El mayor tribunal es la conciencia de cada uno, todos sabemos diferenciar cuándo actuamos bien y cuándo actuamos mal. Sí, en Francia también. Y ese sentimiento de saber lo correcto y lo incorrecto, ¿vendrá por saber o creer que alguien nos está observando y sabe la realidad de nuestros actos? No deja de ser curioso, antes lo decía. ¿Vendrá también de ahí el sentimiento de culpabilidad, reproche, arrepentimiento? Todo ladrón mira a su alrededor antes de cometer el robo para asegurarse que nadie lo ve pero en su interior saber que está obrando mal. Sí, en Francia también. ¿Por qué sentirse culpable si nadie lo ha visto? ¿A quién o a qué temer? Inclusive en los ratos más tranquilos, de repente, nos embarga un sobresalto interno y notamos que estamos vigilados. ¿No os ocurre? Y si hacemos algo a sabiendas que no es malo pero no agradaría a otra persona, parece que algo nos dice que estamos cometiendo una traición. ¿Quién nos ve? ¿Por qué desde que la vida existe se da ese sentimiento y el mismo perdura sin que haga falta transmitirlo en toda persona? Tengas la creencia que tengas, profeses la religión que profeses (ya sea ninguna) y te ampares en una filosofía u otra, sabes, como yo, que parece que hay algo que todo lo ve. Sí, en Francia también.


lunes, 31 de enero de 2022

CONFINADOS

Que levante la mano quien lo hubiera imaginado alguna vez. ¡Venga! Una pandemia mundial nos estaba acechando desde aquella Navidad de 2019 que dio paso a un año inolvidable. Para mal. ¿Cuántas mesas familiares se juntaron por última vez aquella Nochevieja? Si tú que me lees estabas en una de ellas, entre tus seres queridos que ya no verás de nuevo, va por ti este retazo en forma de brindis con amargo sentimiento. ¿Cuántos nietos nacieron ya sin sus abuelos? ¿Cuántas personas murieron? ¿Y cuántas se construyeron? Y mientras tanto los que hoy seguimos estuvimos confinados bajo un techo. ¿Cuánta gente fuera de su hogar todo lo habría dado por tener el resguardo propio en el que nos sentimos encerrados? Si tú que me lees eras uno de ellos, encuentra en estas líneas un refugio con amargo sentimiento. ¿Cuántos planes se frustraron? ¿Cuántas bodas se aplazaron? ¿Cuántos negocios quebraron? ¿Cuántos cumpleaños fueron a través de videollamadas y mensajes sin siquiera poder vernos? Nos robaron lo más preciado: los abrazos y los besos. Una horrible lucha entre la salud y el dinero y encima sin el amor de un cálido reencuentro. Si tú que me lees fuiste uno de ellos y te agita esto por dentro y soplaste imaginarias velas en tu solitario encierro pero sigues teniendo abuelos, sigues teniendo techo y te queda sentimiento, son para ti estas líneas, mi cariño, un abrazo y este beso.


martes, 18 de enero de 2022

LA REVOLUCIÓN DE LAS GRANDES COSAS

Calíope tenía los ojos del color del cobre. Más rojizos que marrones cuando le daba el sol de soslayo y más oscuros que claros cuando paseaba por el monte una mañana de niebla. Heráclito se fijaba en esos detalles, esas azarosas cuestiones cotidianas que son la más pura vida. Y pensaba que eran pequeñas cosas que alegraban el alma. Ambos se conocieron de casualidad por esos caminos del destino que ya se usaban en la antigua Grecia como vía mercatera. Les gustaba vivir el día a día y filosofar en común acerca de cualquier asunto. Un día Heráclito contó a Calíope su teoría de las pequeñas cosas y que era feliz con algo tan banal y maravilloso, al mismo tiempo, como caminar en otoño sobre las hojas secas, hacer eternos los segundos que dura un abrazo o ver el mar estrellarse contras las rocas generando salina y blanca espuma. Cosas, tal vez, que como están al alcance de la mano de cualquiera no se las valora como deben. Pequeñas cosas que pueden alegrar a una persona en cualquier momento. Calíope, mientras escuchaba, frunció un poquito el ceño, apretó los labios en gesto de concentración y escudriñó la mirada. No la vi, pero la imagino. Y dijo a Heráclito que esas cosas no son pequeñas. Al revés. Son grandes cosas y, simplemente, el ser consciente de que existen y saberlas disfrutar ya es algo enorme. La charla fue, cuanto menos, revolucionaria. Cambió la forma de mirar. La de Heráclito. La de Calíope siguió siendo la misma bajo sus ojos del color del cobre. Atinó ella en llamar a esa forma de entendimiento, bajo el prisma interior y filosófico del conocimiento, "La Revolución de las Grandes Cosas". Y desde ese día Heráclito disfrutó aún más sus pequeñas cosas ya convertidas en grandes. Juntos disfrutaron de un gran cosa, sencilla, cotidiana, incluso banal quizás, algo tan simple, pero tan bello a la vez, como puede ser el cielo irisado en un amanecer de Bilbao.