martes, 2 de febrero de 2016

FIDELIDAD

Sultán era mi mascota favorita. Siempre me recibía en casa con alegres ladridos y dispuesto a jugar con la pelota. Me seguía a donde fuese y esperaba pacientemente cuando no podía prestarle la atención que requería. Si me encontraba enfermo no se separaba de mí y me miraba transmitiéndome ánimo con sus ojos marrones. Jamás se puso agresivo y siempre saboreaba felizmente cada alimento que pusiese en su cuenco. No me exigía que le diera de comer o lo sacase a pasear, por el contrario agradecía día a día que lo hiciera. Sultán era amigo de mis amigos y se dejaba acariciar por todos. Infinidad de veces pensé que ese animal me entendía mejor que muchas personas y me regalaba una nobleza y un amistad que en ocasiones echas de menos en la vida real. Correteaba felizmente cuando íbamos al campo y se dejaba luego limpiar para no ensuciar el coche ni la casa. Jamás discutió una decisión mía y siempre permaneció a mi lado. Nos entendíamos a la perfección. Eramos complementarios y siempre nos respetamos y contamos el uno con el otro. No le exigía comportamiento alguno, ni él se entrega sumiso. Por todo ello, cuando Sultán marchó para siempre al cielo de los perros me dejó en la memoria tres legados: un enorme vacío, unos preciosos recuerdos y la definición de fidelidad.


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