En 1255 decidí renombrar el municipio del Pozo Seco de Don
Gil fundando Villa Real. Con los años llegaría a asentarme entre los colores
blanco y añil de sus fachadas y en el ocre de sus campos. Historia de la
historia de la villa. Me sentí involucrado con aquellas personas que dotarían escuelas
con mi nombre queriéndome y recordándome. Cuando Juan II concedió a la villa la
categoría de ciudad yo me alegraba de ver cómo se engrandaba la leyenda de mi
querida muy noble y muy leal Ciudad Real, capricho manchego en la Orden de Calatrava. Tiempo
después me otorgaron una butaca de lujo en el centro de la ciudad y presidí la
empedrada Plaza Mayor desde un humilde parterre que era el corazón de los
ciudadrrealeños. Contemplé la evolución y en los soportales de la Plaza dejaron de pasar los
carros y carretas para dar paso a los automóviles y motocicletas. Durante unos
pocos años estuve al amparo de la
Puerta de Toledo. Qué recuerdos de aquellos tiempos en los
que vigilaba la entrada y salida de la villa. De nuevo volví a la Plaza Mayor para
quedarme definitivamente presidiendo mi ciudad. He visto celebraciones, festejos,
ofrendas y sonreír a sus gentes. Hoy veo a un grupo de personas que contemplan
el novedoso carrillón y me gustaría contarles la historia de la tierra que
pisan. Retendré la imagen como una postal envejecida en los recuerdos añejos de
mi mente. Siete siglos y medio después la ciudad sigue viva. Parece ayer cuando
firmé la Carta Puebla.
Yo, Rey Don Alfonso.
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