lunes, 23 de abril de 2018

LA ETERNA BATALLA

Gerardo paseaba por el parque cuando vio una escena conocida. Lamentablemente conocida. Todos hemos pasado alguna vez como actores o como espectadores por esa película. Por eso es conocida. Una pareja cabizbaja, sentados el uno a centímetros del otro, ella mirando al suelo, él mirándola de soslayo y la imaginación disparada del que visione la escena. ¿Será timidez? ¿Será vergüenza? ¿Será pena? Puede que hubieran tenido una discusión. Puede que les hubieran dado una mala noticia. Puede que él no se atreviese a declararle su amor y ella se cansase de esperar. Podrían ser muchas cosas que sólo los dos actores saben y los demás imaginan pero la imagen no despertaba otros sentimientos que no fuesen los más ancestrales en el ser humano: curiosidad, intriga y duda.
Y lo peor es que el actor sabe que es motivo de inspección, de visión, de comentarios y de pesquisas por todo aquel espectador que lo contempla. Pero se le escapa que cuando se invierten los papeles él se ve prisionero de los mismos sentimientos que levanta cuando es él quien está bajo los focos. Por eso Gerardo iba pensando que en ese mismo banco del parque estuvo ayer solo, triste, desolado. Tuvo la nota más alta de la oposición y se quedó sin plaza. Quien lo viese no sabría qué le ocurría. Sólo él. Y, sin embargo, harían mil apuestas sobre la imagen que desprendía. La eterna batalla. ¿Actor o espectador? Depende del día. No juzguéis.

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