miércoles, 7 de diciembre de 2016

ESPANTAPÁJAROS

Oteo mis campos con la dulzura de la mirada de una madre sobre su cría. Tantas veces los he mirado que me sé de memoria cada siembra, cada labriego, cada semilla y cada riego. Disfruto cuando llega el tiempo de la cosecha y admiro las novedosas máquinas que ahora hacen el trabajo que antaño realizaban cuadrillas de hombres. Cómo pasa el tiempo. Ya no veo por estos lares hoces y horquillas, pañuelos anudados a la cabeza y botijos de fresca agua. Y yo sigo igual que siempre, vistiendo roídas vestimentas por el clima y con un sombrero ajado por los rayos del sol. Sigo sintiéndome útil todavía y cumplo fielmente mi cometido. He logrado ahuyentar a malas aves y ganarme la amistad de simpáticos gorriones que vienen ávidos de alimentarse con algún grano de trigo que se haya desprendido de su espiga. Para ellos es mucho y para el hortelano es poco. El fiel de la balanza es justo. Pienso que la esencia de la vida radica en el equilibrio. Yo me mantengo gracias al palo que me sustenta, gracias a mí se mantiene el cultivo sin que depredadores volátiles arrasen las siembras y gracias a las siembras vive el agricultor. Llevo años fascinado con el inmenso equilibrio que domina el mundo y considero que no siempre somos conscientes de ello. Y así paso el tiempo desde que el sol amanece a mis espaldas y se oculta a mis plantas día tras día, mes tras mes, año tras año, siempre en un equilibrado ritmo igual de simple y certero que un cerebro de paja que da más mente a un espantapájaros que a algunos de los humanos.


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