martes, 9 de mayo de 2017

LA CIUDAD DE LOS PINTORES

Siempre le habían dicho que estaba majara. Solían burlarse de sus imaginaciones y tacharlo de estar en Babia. Sin embargo Rodolfo continuaba soñando y construyendo lugares idílicos en su mente. ¿Por qué no? Existía Nueva York para los viajeros. Y allí hay multitud de taxis amarillos, altísimos rascacielos y un montón de fast food como le gustaba a los que soñaban con aquella urbe. Existía Santiago de Compostela para los peregrinos. Y allí hay innumerables albergues, miles de objetos con bastones y vieras muchos más caminos que llegan y otros que salen como imaginan los amantes del peregrinaje. Existía también Sevilla para los cofrades. Y allí hay ambiente de hermandades todo el año, pasos que salen a la calle en cualquier fecha y mil rincones donde se escuchan lamentos de corneta y redobles de tambor como les encanta a los que idealizan su pasión por la Semana Santa. 
Y Rodolfo amaba pintar. Y soñaba con la Ciudad de los Pintores. Una ciudad donde los edificios fuesen lápices para hacer bocetos y retratos, las nubes fuesen gomas de borrar para enmendar errores, las aceras lienzos donde expresar dibujos y los habitantes fuesen todos dibujantes. Cuando él lo decía se reían de su ilusión y su sueño pero la verdad es que todos imaginamos cómo sería nuestra ciudad ideal. Y no todos nos atrevemos a decirlo. Rodolfo sí. Y quizás algún día la logre como Nueva York se logró por un viajero que la soñó, Santiago por un peregrino que la recorrió y Sevilla por un cofrade que la ideó. Que no sean como se las pinta, vale, que sean ideales para quien las sueña, sin duda, que un embrujo habita en ellas, por supuesto.


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