jueves, 21 de septiembre de 2017

JUEGO DE NIÑOS

Me gusta ver jugar a los niños. Miento. Me da envidia ver jugar a los niños. Porque ríen, se divierten, fantasean y disfrutan a la vez. Y yo quiero ser como ellos y no puedo. No les importa el paso del tiempo porque lo desconocen. No necesitan evadir su mente de las obligaciones porque sus únicos deberes es ser felices y reír. No les hace falta acudir a centros de divertimento o ludotecas para adultos llamadas tiendas o bares porque con su imaginación les sobra. Y yo quiero ser como ellos y no puedo. Por eso los envidio. Pero he recordado que alguna vez lo fui. Mientras lo pensaba he cogido el Código Civil de mi despacho y me he puesto a simular que es un avión. Lo llevaba en la mano volando y lo hacía aterrizar sobre el flexo y luego despegar de nuevo surcando el aire de la oficina y haciendo piruetas sobre la mesa repleta de expedientes. Lo he dejado al lado del ordenador y he cogido el calendario de mesa y lo he arrastrado con cariño por encima de las carpetas como si fuera un trenecillo con muchos vagones enganchados a su máquina. He sido feliz sintiéndome como el niño que fui y pensando como disfrutaba haciendo de algo serio un juego. He dejado vagar mi mente a tiempos pasados donde la imaginación era suficiente para encontrar una sonrisa en cualquier lugar. Y estando viviendo esos retazos de memoria ha pasado un niño a mi despacho y me ha preguntado si podíamos jugar mientras esperaba que sus papás terminaban su consulta con el letrado compañero. Automáticamente he vuelto en mí y a mi papel de adulto y le he dicho que allí no tenía juguetes y que sólo había expedientes, papeles y libros muy aburridos. Y el niño, con toda la ternura del mundo y cogiendo el Código Civil con sus pequeñas manecillas, me ha mirado sonriente y me ha dicho: "¡No me engañes! Mira que avión tan chulo. Antes te he visto volar con él...". Touché.



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