lunes, 3 de septiembre de 2018

LA NIÑA QUE AMABA LAS FLORES


La miraban raro y de reojo pero yo la miré de frente y con sinceridad. Cuchicheaban sobre ella a escondidas pero yo hablé sobre ella en público. En un mundo actual en el que impera más enchufar el móvil a cargar que mantener enchufada la máquina que mantiene nuestras constantes vitales, en una sociedad en la que un arquero traicionero nos lanza flechas por la espalda y somos tan inocentes que luego nos refugiamos en sus brazos creyéndonos su falsa sonrisa, en una convivencia social donde lloramos sin sin sentirlo y solo para la foto una tragedia lejana y nos secamos las lágrimas con la mortaja de un hermano cuya pérdida ignoramos, en una vida tan alocada, desorientada y perdida de valores en la que talamos por cientos los árboles para hacer papel y con ellos pósters que representen grandes bosques, ella ponía la sonrisa, la cordura, la tranquilidad, la evocación, la pureza y, en definitiva, la felicidad. Simplemente amaba las flores y disfrutaba con su tacto, con su aroma, con su cromatismo, con su mezcla de fragancias y con su diversidad. Cerraba los ojos y soñaba con poder regalárnoslas a todos y elevarnos por un instante las comisuras de los labios. Era feliz con ellas y entre ellas mientras nosotros pasamos el tiempo entre aplicaciones nuevas. Una margarita por un tuit, una amapola por un estado de facebook, una camelia por un whatsapp... Quizás por eso la veían rara, desconocida y chalada porque no vivía a través de un móvil sino cara a cara. Quizás por eso yo la amaba.


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