miércoles, 8 de julio de 2020

LO ÍNFIMO

No sé si es un sueño, una teoría o una leyenda. Cuentan que una vez la Madre Tierra se enfadó con su hijo el Hombre. Ella le había dado todo y él se dedicaba a no cuidarla y respetarla. Se creía poderoso, gran dominador de la tierra, el mar y el viento, señor de castillos y doncellas, de grandes construcciones y de torres con princesas en lo alto, dueño de cultivos, huertas y parcelas robadas al monte sin reparo, propietario de los bosques que aniquilaba para poner en ellos hormigón y piscinas artificiales, usufructuario sin límite legal que vertía sus miserias contaminantes a los arroyos, ríos y lagos causando desastres en el mar. Alguna vez la Madre Tierra dio señales de enfado y recuperó lo que era suyo. La vida al final siempre se abre paso, pero el Hombre, convencido de su poder, con grandes máquinas y armatostes siguió su guerra contra sus propias raíces, contra su más íntimo origen, contra su propia génesis. Aguardaba que si alguna vez llegaba un enemigo sería grande, corpulento, visible en la distancia, fácil de localizar, dominar y derrotar. El Hombre creía que todo lo podía y la Madre Tierra estaba cansada de sufrir. Y ocurrió como ocurrió la vida. Avanzó en silencio, invisible, sin detención y logró su cometido. Algo tan ínfimo en tamaño como un virus puso en jaque toda la inmensa jerarquía del Hombre. No se puede morder constantemente la mano de quien te da de comer por creerte superior y no tenerle el respeto que merece. Lo ínfimo puede derrotar a lo supremo como un eterno David que siempre vence a Goliat.


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