viernes, 21 de noviembre de 2014

EL TREN DE LA VIDA

Sabía que encontraría algún pasajero en la Estación Esperanza. Por eso sonreía mientras conducía el tren hacia allá. Aunque pasase muy de vez en cuando por aquel andén siempre había alguien que había sabido esperar. El maquinista sabía que el vapor de amor de ese ferrocarril era el verdadero motor de la vida. El tren de la vida discurre por los raíles que van enlazando nuestras estaciones: familia, sentimientos, sueños... Depende del momento que atravesemos estamos en una estación u otra y el tren sigue avanzando llevándonos a nuestro destino. Depende del billete que compremos y nuestra forma de usarlo el tren irá más rápido o más lento, primero a unos andenes o a otros. Depende de nuestras aptitudes y actitudes el tren volverá a detenerse en ciertas estaciones o jamás volverá a ellas. Depende de nosotros mismos, en cierta manera, que nuestro tren de la vida siga su marcha con los pasajeros que nos acompañan o se detenga y se baje alguno de ellos. Incluso ocurre que, a veces, nos bajamos nosotros de algún tren porque nos damos cuenta que no es el nuestro. No para en las estaciones que queremos o no nos conduce a nuestro destino.
Jeremías lo sabía y por eso conducía felizmente su máquina. Llevaba muchos años transportando a pasajeros y había aprendido mucho con ellos y de ellos. Por eso sabía que, aunque parezca mentira, la Estación Amor era de las más concurridas por los viajeros, pues todos los trenes de la vida pasan por allí, bien por voluntad, bien por capricho, bien por destino, bien por azar o bien por esperanza. Pero el amor siempre está presente. ¡Pasajeros al tren!

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