viernes, 7 de noviembre de 2014

ROMPIENDO LA VERGÜENZA

Había estado en mil batallas y tenía diversas condecoraciones militares. Le sobraba valor para la acción bélica y guerrillera y de mozo había sido aprendiz de torero. Por falta de coraje no era. Pero tanta o más vergüenza da saber que algo te da vergüenza y es sabido por el resto  que ese algo te da vergüenza, que reconocer que algo te da vergüenza y que no haces ese algo por vergüenza. Redundante pero cierto. Y Tomás como hombre lo sabía. Y en su fuero interno tenía un problema: era el soldado más valeroso de su destacamento pero le daba vergüenza decirle a Irene que la amaba. Y le daba vergüenza que Irene supiera que a él le daba vergüenza decírselo. Y le daba vergüenza reconocer ante el resto de camaradas que le daba vergüenza que Irene supiera que le daba vergüenza decirle que la amaba. Todo era un trabalenguas vergüenza y tenía que esquivar la vergüenza o jamás ganaría esa batalla. 


La realidad de Tomás era que en los campos del corazón no hay sargento ni comandante que te dé órdenes. Tu mismo eres el soldado raso y el capitán general en tu particular guerra de amor. "Tienes que tener valor en esa faceta también, Tomás", se decía asimismo en la litera del cuartel. Y oyó la voz de su alma que le susurraba "Díselo". Pensó que la guerra que más dolorosamente se pierde es aquella en la que ni siquiera se lucha. Se armó de valor interior, se puso su uniforme y fue a ver a Irene. Rompiendo la vergüenza le declaró su amor y ganó la mejor batalla de todas: la lucha consigo mismo. Y además, a Irene.

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