viernes, 27 de marzo de 2015

FAMILIA

Era Viernes de Dolores. Día tradicional y costumbrista en la casa. Día en el que los miembros cofrades de aquella familia dejaban de soñar lo vivido para comenzar a vivir lo soñado. Día en el que el hogar se impregnaba del olor y fragancia de la leche emulsionada con canela y limón para hacer torrijas. Día en el que expiraban los viernes de Cuaresma y el último potaje bullía en el puchero. Día en el que algunos de ellos comenzaban unas vacaciones para irse de viaje y no aguantar tambores ni palios en las calles. Días en el que los padres se afanaban en mantener vivas unas tareas anuales. Era muy curioso de ver para quienes los conocieran. Cada persona de aquella casa nada tenía que ver con la otra salvo el íntimo parentesco paterno-filial que los unía. Si uno pensaba blanco, otro pensaba negro. Si uno era salado, otro era dulce. Si una era nerviosa, otra parsimoniosa. Digno ello de admiración cuando, sin embargo, en días en los que la familia debe permanecer junta y unida, todos conjugaban cual piezas de un mismo puzzle y encajaban a la perfección. El más ateo ayudaba al más cristiano a decorar los balcones para la Semana Santa. Y la peor pinche de cocina hacía barquillos y flores junto a su hermano con el que había discutido el día anterior. Juntos sin saberlo formaban un único corazón y sentimiento compuesto por los ingredientes que cada uno aportaba. Si faltase uno de ellos no sería igual. No lo sabían pero eran, para todo el barrio, ejemplo de familia.


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