viernes, 3 de abril de 2015

NAZARENOS DE LA VIDA



El cirio se iba consumiendo gota a gota y se creaban caprichosas formas en la cera con el crepitar de la llama que prendía la mecha. Me encontraba realmente agotado y todavía me quedaban cuatro horas de lento procesionar. Estaba rodeado de centenares de personas que observaban el paso de la cofradía pero me sentía tremendamente solo tras el antifaz de mi capillo. Cuánta gente pero qué poca. Un gentío enorme en las calles y sin embargo era como si no hubiera nadie para mí. Qué difícil es cuando necesitas hablar y no tienes a nadie que te escuche pese a estar rodeado de personas. Cuán doloroso es que tus lacrimales derramen lágrimas y no haya un hombro que las enjugue aunque haya cientos de personas que te pasan al lado. Yo tenía mi motivo para estar vistiendo la túnica de la cofradía y realizar la estación de penitencia. Yo y los más de dos mil nazarenos que formábamos el cortejo en aquella madrugá. Pero cada uno no sabíamos el de los demás. Ni siquiera sabía quién era la persona que formaba conmigo la pareja en el tramo, ni mucho menos su razón para estar allí. Cumplí mi cometido y al finalizar la procesión, tal y como marcan las normas de la hermandad, volví a casa sin quitarme el capillo y por el trayecto más corto posible. Pensaba en las causas que habrían llevado al resto de nazarenos del cortejo a realizar su estación penitencial: promesas, devoción, fe, oración, peticiones, etc. Yo sabía el mío. Me dí cuenta de que en realidad todos los días hay motivos, hay altibajos, hay sentimientos. Y sonreí bajo el antifaz al recordar lo afortunados que somos los que tenemos oídos que nos escuchen y hombros que nos enjuguen. Hay quien no los tiene y, sin túnica ni capillo que los aísle sólo por unas horas y rodeados de gente, se encuentran en la vida tan solos como los nazarenos en esa fría madrugá. Me sentí plenamente feliz.  Al fin y al cabo hay tantos motivos por los que dar gracias y por los que pedir, que todos somos, creyentes o no, día a día, nazarenos de la vida.

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