jueves, 17 de septiembre de 2015

ARREPENTIMIENTO

Francisco era profesor de Filosofía en un conocido instituto de la ciudad. Era sabio y se jactaba de que siempre obraba a conciencia y jamás se había arrepentido de nada. Dominaba a la perfección las lecciones de los presocráticos Parménides de Elea y Heráclito de Éfeso, al mismo Sócrates, a su discípulo Platón y al discípulo del discípulo, el gran Aristóteles. Explicaba a sus alumnos que hay que actuar con convicción pues la duda y la incertidumbre llevan a la inseguridad y a la desconfianza y el resultado no es el deseado y nos deja inquietos. Y así lo hacía él. Por eso, Francisco, meditaba sus acciones y no se arrepentía jamás. Nunca hubo de pedir perdón pero tanto convencimiento de poseer la verdad absoluta le fue encerrando en la misma caverna del mito platónico que tanto le gustaba explicar a sus adolescentes alumnos. Con el paso de los años su carácter afianzado se convirtió en déspota y autoritario y fue olvidando que el alma encierra sentimientos muy necesarios para el buen funcionamiento de la vida, como pueden ser el perdón, el olvido o el arrepentimiento. Hubo un día que tuvo una discusión muy fuerte con su mujer y su mente, convertida en costumbre y ley de tener razón, tuvo que filosofar de verdad. La vio decidida a abandonarlo y llevándose en una maleta sus recuerdos, momentos, instantes, vivencias y sabidurías comunes. Es entonces cuando Francisco hizo gala de la mejor filosofía que puede uno aprender en la vida: olvidar el pasado y asegurarse un futuro. Salió de su caverna e intervino el arrepentimiento en potencia. Al instante obtuvo el perdón hecho acto.


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