viernes, 25 de septiembre de 2015

MOMENTOS DE VACÍO INTERIOR


Era una lluviosa tarde otoñal. El aire soplaba violentamente sobre los olmos marrones que iban deshaciéndose de sus hojas ya marchitas que caían sobre la calle. Los charcos aparecían y crecían agigantándose junto a los bordillos de las aceras. Pronto los coches rodarían sobre ellos salpicando a los viandantes. Víctor contemplaba su reflejo impasible en un charco en medio de la calle. No portaba paraguas ni llevaba chubasquero y la gente lo miraba extraño. Quieto, inmóvil, con los ojos agachados y la silueta empapada por la lluvia, no hacía nada por evitar calarse hasta los huesos. La gente comenzó a juzgarlo de loco y tarado por su actitud sin saber el origen de la misma. Lo que no sabían es que tal día como ese hacía cinco años que había fallecido su esposa y desde entonces Víctor cuidaba de la casa y mantenía a sus hijos sólo. Ejemplo de padre. Aquel día triste y plomizo en el que los niños estaban de excursión con el colegio, en el reflejo del charco vio su corazón vacío pues al llegar a casa no habría nadie y era un día muy marcado para él. Emprendió lloroso el regreso a casa. Las gotas de lluvia le caían por la cara y el pelo empapado le chorreaba. Comenzó a pensar que al fin y al cabo sus hijos crecían felices y una compañera de trabajo parecía estar interesada en él. Un esbozo de sonrisa mezclada entre la nostalgia y la ilusión por el futuro asomó a su cara. No todo serían tormentas ese otoño. Recordó la frase que le decía su madre los días que de pequeño estaba triste: Para que salga el arco iris hace falta que antes llueva.

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