viernes, 5 de junio de 2015

MEDIA NARANJA

Tenía nombre de Diosa egipcia y vivía en un pequeño pueblecito donde la contaminación urbanita no había hecho (Deo gratias) acto de presencia ni en lo terrenal ni en lo personal. Bien sabía que el hábito no hace al monje, por lo que era feliz con los pequeños detalles de la vida vinieran de un encorbatado ejecutivo o de un doméstico labriego. El ser va más allá de lo que uno ve. De hecho, Isis, así lo aprendió en alguno de los caminos que recorrió en su vida y no dudaba en sonreír al escuchar el alegre ladrido de un perro juguetón o al observar alguna pequeña artesanía elaborada con materiales al alcance de la mano de cualquiera. El ambiente en ella era puro y propicio para la huerta del alma. Quizás su pensamiento, un tanto etéreo, estuviera anclado en alguna mala experiencia, en alguna semilla de limonero que no llegó a germinar como debiera y pensase que nunca florecería su corazón. O quizás el miedo apresase sus alas y no volase tan alto como mereciera, no como pudiera que, sin duda, lo haría si quisiera. Y querer, quería. Isis sabía que la vida es caminar y caminando uno cultiva su interior. Estaba convencida de ello. Abonaría sin saberlo su tierra del amor. Y cuando menos lo esperase se mostraría al mundo con todo su potencial de corazón grande y alma noble. Tal vez ya venía haciéndolo pero no se lo creía ella misma. Daría el paso definitivo y le llegaría el impulso personal, laboral y social que la encumbraría haciendo gala de la grandeza del apellido que portaba. En todo caso su media naranja estaba en el mundo y antes o después llegaría. La historia no habló solo de Isis. También de Osiris. ¿O no?


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