martes, 30 de junio de 2015

ARACNOFOBIA


Ana Mercedes siempre le había tenido miedo a las arañas. Era ver un arácnido del tipo que fuera y un temor irracional se apoderaba de ella y no la dejaba ni moverse. El bloqueo mental y la paralización física eran instantáneas en el momento en que viera una araña relativamente cerca de ella. Un día divagando sobre ese asunto, pensó que quizás el sentimiento era mutuo y posiblemente las arañas también se quedaban aterradas y huían despavoridas cuando aparecía con el spray insecticida. A ella la mera presencia de aquellas criaturas de ocho patas le provocaba pánico y a ellas la presencia de Ana Mercedes les hacía temer por su vida. Ella se asustaba de ellas; ellas se asustaban de ella. Era algo recíproco y pensándolo fríamente podrían firmar un pacto bilateral de no agresión y respeto, de modo que la vida fuera latente a ritmo normal para las dos partes y ninguna se atemorizase de la otra. Desde aquel día comenzó a no tener miedo de las arañas y a observarlas en sus curiosas y manidas telas en el bosque. Se dio cuenta que cuando se acercaba confiada a mirarlas en su entorno y su aliento no desprendía miedo ni peligro a otros seres coetáneos de vida, las arañas continuaban su trajín sin huir de su presencia. Ana Mercedes comprendió que en la vida el respeto ha de darse entre todos los seres que comparten este mundo con nosotros y no sólo entre personas. Aun para la hormiga la vida es dulce.



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