martes, 2 de junio de 2015

ELLA

Cuando viajaba por la vida era feliz. Carlos siempre intentaba mantenerse sonriendo atravesara el bache que atravesara. Ya fuera en coche, en tren, en barco o en avión siempre intentaba ir sonriente hasta el destino. Un día se paró a pensar en ello. Era curioso que fuese cual fuese el destino y estuviese atravesando el terreno que fuese, finalmente lograba sonreír de nuevo y cumplir el viaje. Había superado ya algunas lluvias en el coche, incluso noches de tremendas tormentas. Otras veces el viaje en tren había pasado por feos y áridos valles donde no crecía vegetación alguna y sumido en la tristeza de ese ferrocarril logró esbozar una sonrisa. Los trayectos en barco no se quedaban atrás: zarandeos, vértigos, mareos y náuseas se habían adueñado de él hasta que la sonrisa le volvía a brotar y atracaba felizmente en el puerto. ¿Y qué decir de los largos viajes en avión en los que el capricho del destino lo ponía a prueba física y psíquicamente? Finalmente se bajaba sonriente en el aeropuerto del fin del viaje. Y pensando en todo ello, Carlos se dio cuenta de cual era el principal motivo de su sonrisa y de cómo la lograba. No se debía a su creencia cierta en su amuleto de viaje. Tampoco era por su vieja maleta de la suerte que lo acompañaba donde fuera. Ni siquiera por el colgante que llevaba prendido desde que nació. No. Todos sus últimos viajes en el medio de transporte que fueran tenían un nexo común que le irradiaba fuerza, ánimo, sosiego, calma, compañía, tranquilidad, esperanza, ilusión y felicidad cuando más lo necesitaba. Cuatro letras que lo eran todo y eran la causa de su sonrisa: Ella.

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