martes, 12 de mayo de 2020

LA LUZ DEL AMOR

Llevaba tantos años enclaustrado en su rutina que vivía por inercia. Hacía lustros que dejó de ver la luz al final del túnel del amor, de hecho ya no veía ni el túnel. Y Eduardo no era mala persona, en absoluto. Simplemente no creía en el amor y decía que jamás se enamoraría.  Respetable. Así lo decía él. Pero lo cierto es que jamás lo había experimentado y que el amor es súbito e indominable. No la faltaba la sonrisa en la cara ni la bondad en la actuación, siempre amable y afable en el trato. Tenía educación, un correcto saber estar y sabía adaptar su comportamiento a cualquier registro y situación. Tal vez por ello un día, sin darse cuenta, se saltó su rutina, esa misma que había creado sin ser consciente tampoco. El café de las once de la mañana se demoró porque en el bar de siempre había una camarera nueva en fase de aprendizaje y se retrasaba un poco en su labor. Eduardo no era maniático pero ese día no cumpliría los horarios que le gustaban. Y tampoco lo sabía. A decir verdad no sabía  lo que se avecinaba. Se retrasó en la vuelta a su trabajo quince minutos pues, además de la demora del café, se entretuvo hablando un ratito con Margarita, la nueva camarera. Le sonrió y le cayó bien. Y enfrascado en su trabajó todo se nubló. No veía con claridad la tarea que estaba acometiendo en ese instante. No se centraba. La mente se dispersaba y se desviaba a otra cuestión. Parecía haber entrado en un túnel negro y, al final del mismo, vislumbraba una luz. Era Margarita. Se dio cuenta que la escena iba ganando claridad y le afloraban nervios. ¿Se habría enamorado? ¿En unos minutos y sin querer? Seguramente. Y sin saberlo volvió a ver un túnel y una luz en su final. Hay veces que en la vida se sale del pozo aún sin querer. El amor es luz.

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