martes, 14 de octubre de 2014

AMOR A LOS CUATRO VIENTOS

Era un joven grumete hijo y nieto de marineros. Pero la veleta de su corazón no giraba y llevaba años inmóvil marcando un perdido noreste. Ello presagiaba que su mente no es que hubiera perdido el norte íntegramente pero tampoco estaba en el rumbo acertado que marcaba la brújula de sus sentimientos. Su alma de marinero del amor luchaba contra viento y marea para librarse del ancla de un pasado que se aferraba duramente al fondo de sus recuerdos y le roía amargamente los pensamientos. Aferrado al palo mayor no tenía fuerza para usar su megáfono gritando haber visto tierra de nuevo.
Cuando la conoció a ella las mariposas del estómago ni siquiera eran larvas que tuvieran la metamorfosis en el horizonte de su vida, pero ese mismo día una leve brisa infló su vela mayor y la fragata comenzó a navegar avistando tierra a lo lejos. La humedad de los océanos que surcaba en ese inesperado presente hizo chirriar las puntas de la veleta que poco a poco fue rotando hasta señalar el norte de su destino. El revoloteo de las mariposas en el estómago, ya patente, era signo inequívoco de que saliendo de la ciénaga del pasado surcaba por amores nuevos. Fue entonces cuando pensando en ella levó el ancla de su pasado y navegando por el presente tuvo claro su futuro. La brújula indicó que la amaba. La amaba sin duda alguna. Los cuatro puntos cardinales se confabularon en su destino. Trepó a lo más alto del mástil, prendió el megáfono con esmero e hinchando su pecho de aire y al son de los remeros proclamó su amor a los cuatro vientos.

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