viernes, 17 de octubre de 2014

CULTIVANDO EL AMOR


Él tenía una preocupación pero la misma garantizaba su satisfacción. Mientras se afanaba en cultivar el amor sus pensamientos fluían. No entendía por qué tantos desdenes entre las parejas. Él no es que fuera un seductor innato o un mujeriego descarriado pero tenía un don, una virtud o, quizás, ambas cosas a la vez. Y en su fuero interno lo sabía. Por eso estaba seguro de que le iría bien en ese terreno y estaba feliz consigo mismo.  Como buen hortelano del corazón sabía que previamente tenía que labrar la tierra, sembrar la semilla del amor y cuando ésta brotase recoger sus frutos. Era el jardinero sentimental que sabía lo que tenía que aplicar a su planta. Pero tenía una preocupación aunque la misma garantizaba su satisfacción.
Pasaba los días ignorando los jardines de los demás ya que cada uno tiene la obligación de preparar su cosecha. Él tenía una única semilla y a base de buena técnica ya estaba bien arraigada. Podía haberse despreocupado pues tenía el éxito asegurado, más la planta del amor necesita buen abono de futuro, una generosa poda de olvido, algún injerto del presente y un riego diario que la mantenga viva. Sólo así no culminará nunca de dar frutos. Y él tenía una preocupación que garantizaba su satisfacción: tener el agua siempre a mano para regar su maceta de amor.

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