viernes, 16 de enero de 2015

FRUTA DE LA PASIÓN

Pepe y María eran un matrimonio humilde. Vivían en una pequeña casita que lograban mantener con el esfuerzo y trabajo de ambos. Su mayor lujo era ir una vez al cine cada siete Domingos; él soñaba con visitar algún día el Santiago Bernabéu y ella deseaba asistir alguna vez a la ópera. Les faltaban muchas cosas que aparentemente hacen más feliz la vida en común pero ellos se contentaban con una cosa tan simple como comerse una fruta a medias. En el barrio cuentan que alguna vez les vieron en invierno comprarse un paquetito de castañas asadas para los dos. ¡Cuánta felicidad en las pequeñas cosas! Sobre la estantería del salón había dos livianas huchas con sus nombres. En la de él, ella echaba alguna moneda para algún día llevarlo al fútbol. En la de ella, él echaba alguna moneda para algún día pagarle una buena sesión de peluquería y asistir al gran teatro. No tenían prácticamente de nada pero tenían de todo.
Un día viendo el telediario todo eran malas noticias. Guerras, separaciones, radicalismos. Los dos miraban su pequeña televisión en blanco y negro arropados con las faldillas de su mínima mesa camilla que guardaba el calor de un pequeño brasero. El mundo tenía de todo y no tenía de nada. Pepe mientras veía aquellas malas noticias se hizo grande en su pequeño universo. Y con toda la agradecida pasión que en su corazón cabía y los ojos humedecidos, dándole un bocado a la pieza de fruta que con su mujer compartía, exclamó: ¡Qué buena está la manzana, María!


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