viernes, 2 de enero de 2015

CONFESIONES BAJO LA LUZ DE LA LUNA

Su relación sentimental ya no era tal. Era la mitad. Iván era matemático y sabía que aunque la suma universal es la de uno más uno igual a dos, en la vida de pareja esa ecuación no era así. Pero no daba con la fórmula por más que lo intentaba. Y hay que añadir que el otro sumando más bien restaba. Se pasaba los días estudiando el asunto para dar con la solución correcta pero no lograba obtener el resultado. Por la noche salía un rato de casa a despejarse y quedaba con su amiga Raquel a quien le contaba su problema. Él no podía adicionar con un sumando negativo. Ella solía darle ánimos a la luz de la luna.
Raquel era física y astrónoma. Sabía de matemáticas igual que Iván pero aplicaba a los problemas una pizca de filosofía. Con su novio no iba la cosa demasiado bien. Demasiados divisores para un único dividendo no daban lugar a un resultado agradable. Y el resto... El resto mejor desecharlo porque nunca salía exacto y dejaba a Raquel sin saber dónde echarlo. Hay que echar el resto dice el dicho. Pero las leyes de la física no dicen dónde. Por las noches quedaba con Iván para despejarse de sus incógnitas. Ella no podía calcular la distancia exacta con un divisor tan variable. Él solía solucionarle algún problema resolviendo la ecuación bajo la luz de las estrellas.
Una noche Iván y Raquel hartos de sus otras dos mitades en la operación, dieron con la fórmula exacta y el resultado correcto. Desecharon su otra media parte errónea de relación y fundiéndose en un beso unieron las dos mitades que ellos conformaban dando lugar a una unidad perfecta, sin restos ni divisores.
La suma universal en el amor no es uno más uno igual a dos. Es medio y medio igual a uno.

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