martes, 5 de mayo de 2015

CARPE DIEM

Recordando los dorados años en los que la edad se entremezcla dulcemente entre infancia y juventud, me acordé de las lecciones de latín en la escuela. No diré colegio, ni instituto. Diré escuela porque a "saber se va a la escuela" y allí es donde lo supe y por ende lo aprendí. Cada uno cuando recuerda pone nombre a sus recuerdos y el nombre por mí elegido para mi querido colegio será escuela en esta ocasión. Así pues recuerda que te recuerda recordé aquellas lecciones de las que siempre quedan poso y luego la vida te enseña donde aplicarlas. Tantos latinismos se quedan en el tintero de la sesera que si uno pudiera usarlos todos con ocasión de la verdad, bien pudiera ser coetáneo de Plinio o Juvenal. Y así, acostumbrado a la compañía de la incertidumbre y de la desesperanza, pues toda esperanza  de su amparo parecería llegar ad calendas graecas (o lo que es lo mismo el 30 de Febrero), estaba viciado a vivir vagabundeando sentimentalmente en la más íntima de las soledades. Y un día recordando los recuerdos recordé que me contó haber hallado un mensaje inesperado. ¿Por escrito? pregunté. Por escrito, respondió. Ya sabes que verba volant sed scriptum manet (las palabras vuelan y lo escrito permanece), por lo que si hubiera sido verbal no lo consideraría. Y la verdad es que no sé dónde marcharía porque ya estaba cansado del homo homini lupus est (el hombre es un lobo para el hombre), de traiciones y de desconfianzas. Hace ya años que no sé de él pero sé que esté donde esté estará feliz. Me dijo en su despedida que en aquel mensaje ponía Carpe Diem y así lo haría. Aquel mensaje le cambió la vida.

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