viernes, 22 de mayo de 2015

TROTAMUNDOS

Hoy que ya no está podré decir que era un viajero empedernido. Él decía que simplemente le gustaba salir de ruta de vez en cuando, pero la verdad es que le entusiasmaba desde la más clásica de las excursiones domingueras hasta la más aventurera senda pirenaica. Siempre fiel a su bidoncillo de agua con sales minerales, recorrió muchos caminos, subió muchas montañas y cruzó muchos valles. Empezó conmigo a la edad de veinte años y ya jamás se separó de mí. Yo no objetaba nada de las salidas que hacíamos y me dejaba llevar. Digamos que, simplemente, era feliz con él. Me encantaba cuando me limpiaba, me engrasaba y me acariciaba con un trapo humedecido. Eso quería decir que se avecinaba ruta en un ratito o al día siguiente. Se subía sobre mí comenzaba a pedalear y me decía "¡Vamos, bonita! Hoy iremos a tal lugar". Me fui acostumbrando a su respiración, a su aliento en el invierno, a su sudor en el verano, a su pasión hacia mí. Alguna vez caímos juntos y nada más levantarse, renqueante y apenas haberse limpiado la sangre en las heridas, se interesaba por mí y me comprobaba la cadena, los platos, los piñones, los pedales... Todo. Me trataba genial y sé que jamás tendré un dueño igual. Ahora ya hace tiempo que no sé nada de él. Llevo meses o años encerrada en la cochera y el polvo me va cubriendo lenta pero inexorablemente. Echo de menos mucho a mi trotamundos. No puede ser que se haya ido de ruta sin mí. Me resisto a darme por vencida. Sigo esperando que aparezca con su maillot en cualquier momento. Una vieja vespino me ha dicho que hace algo más de un año lo vio salir de casa muy malito, lo llevaban en una furgoneta rara, con muchos sonidos y luces como las que cerraban los pelotones cuando íbamos a competir. Ambulancia creo que era el nombre. Y que no volvió. No volvió a casa jamás. Se me ha salido la cadena de pensarlo. Mi trotamundos se ha ido de ruta a otros mundos sin mí. De repente se ha abierto la puerta y ha entrado la luz. Unos chiquillos han entrado en la cochera. Creo que son los nuevos dueños. Uno de ellos se ha acercado y me ha visto vieja y abandonada. Ha dicho "Este trasto no sirve para nada" y me han traído al desguace. Las máquinas me están destrozando para hacerme chatarra. Me voy de este mundo. He cumplido mi cometido. Siento que dí todo y es mi hora. Me voy elevando en esencia con un sentimiento mezclado de orgullo y tristeza. Dos lágrimas de pura bicicleta me resbalan por los piñones. Ya mi timbre no suena y está sucio y oxidado. Pero... ¡No puede ser! Esas mallas me suenan. Ese bidoncillo de agua me es peculiar. ¡Mi trotamundos! "Te esperaba. Vamos, bonita. Hoy iremos a dar un paseo por nuevos lares". Y limpiándome de nuevo, me engrasó los platos y volví a sentirme valorada y útil. Y ahora las pedaladas serán eternas. ¿Quién dijo que las bicicletas no sentían?



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