martes, 12 de mayo de 2015

FLAMINGO

Era un niño distinto. Mientras el resto le pedía a los Reyes Magos balones de fútbol y coches teledirigidos, él le pedía que en el cielo brillasen cinco estrellas y que la luna fuese de color morado. No estaba loco ni mucho menos. Simplemente su lugar estaba en otra parte. Allí donde la gente vive al raso sobre los tejados y no bajo ellos. Allí donde las bocanadas de humo de las chimeneas evocan los colores de un atardecer de verano y tienen forma de corazón. Era su mundo, el mundo de su mente donde él vivía feliz. Cuando lo llamaban para jugar a las canicas decía que prefería ir a pasear con su unicornio de pelo azul. Nadie entendía las contestaciones que daba pero su mirada desprendía tal transparencia y honradez que jamás se escuchó una carcajada ante sus palabras. Eran convincentes al máximo para quien sabía escucharlo. Igual que las de aquel Rabí de Galilea que vestía de blanca túnica y mirando a Lázaro le dijo "Levántate y anda", o igual que las de aquel tipo larguirucho, desmelenado, con barbas y lentes redondas que cantaba "Imagine". Era feliz viviendo en su tejado, con las bocanadas de humo en forma de corazón, con su unicornio de pelo azul y sonriéndole a un cielo con cinco estrellas y una luna de color morado. No todo el mundo vive en el mundo que todo el mundo considera su mundo. Redundante es la redundancia y no por ello menos cierta. Era feliz en su mundo. En su mundo era feliz. 


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